

al margen de todo
Un día te levantas y decides:
“¡ya está!, hoy voy a empezar a escribir ese trabajo horrible que no tengo más remedio que redactar”
…
No es que sea la ilusión de tu vida, dedicar más de 6 horas al día a mirar la pantalla del ordenador y estrujarte el cerebro para intentar sacar algo con sentido, pero terminas por hacerlo, sobre todo porque sabes que no hay alternativa. Aunque sea un mero paripé, hay que hacerlo.
Los días van pasando y con ellos, aumentan las hojas que engrosan el trabajo en cuestión (12, 25, 40…), poco a poco parece que la cosa va tomando cuerpo y, mientras tanto, cada tres o cuatro días haces una llamada al individuo que te debe decir cuándo entregar el trabajo, pero pasan el tiempo y no te termina de decir nada concreto.
El problema es que hay una fecha límite (el día D y la hora H, en que sabes que deberás presentar el manuscrito, impreso y encuadernado) y te propones terminarlo antes de ajustar demasiado el tiempo.
Ya solo quedan los últimos detalles: “¿el índice? terminado, ¿he repasado al bibliografía? si, ¿he corregido las erratas?... vale… ya sólo queda imprimirlo… voy a llamar al tipejo a ver qué me dice”
¿¿¿¿¿Y ahora quieren que cambie la estructura del trabajo?????
A tomar por culo!
Esto es el colmo!